BIENVENIDOS A MI BLOG


BIENVENIDOS A MI BLOG


Con este blog solo pretendo compartir algunas lecturas, reflexiones, cuentos, relatos, poemas..... no solo con mis alumnos y alumnas, si no con todos mis seguidores y seguidoras.....

Lecturas, cuentos, relatos, poemas, que me parecen interesantes para trabajar y fomentar los VALORES y ACTITUDES..... (las buenas actitudes), y contribuir mínimamente a que todos seamos un poco mejores.


¡GRACIAS POR VISITARME!

domingo, 9 de septiembre de 2012

ÁNGELA



    FELIZ VUELTA AL TRABAJO A TODOS MIS COMPAÑEROS DOCENTES. DESPUÉS DE LA PAUSA DEL VERANO VUELVO A  LA "CARGA" CON MIS RELATOS. 
¡ESPERO QUE OS GUSTE! 


                                               CAPÍTULO I . "DE LA INFANCIA Y LA NIÑEZ"

                                                          ZARAGOZA (Años 30)

     Cuando Ángela llegó a este mundo en el mes de Marzo,  soplaba el cierzo septentrional, quizá como fiel presagio de los aires indómitos y difíciles que tendría que aprender a  vivir.
En su ciudad natal,  el cierzo sopla árido y seco con frecuencia, incluso en vísperas de la primavera, trayendo consigo aires de nostalgia y tristeza que  calan  hasta los huesos.
     Corrían tiempos difíciles que fueron la antesala a la Guerra Civil y que tanta crueldad traerían,  dejando a la gente sin lágrimas, sin piedad, sin rencor, sin odio, sin miedo,  dejando a la gente desecada y hueca.

     Josefina maduró pronto,  como solía ocurrir en la mayoría de las mujeres de la época, pues casaban y concebían precozmente.  Casi adolescente y con Ángela ya en sus brazos,  se vio obligada a sobrevivir  en la España de  revueltas, que  dejaban adivinar  la que se avecinaba.

   Ángela era un  sonrosado bebé   de ojos vivarachos  que dibujaban al mismo tiempo  una expresión de dulzura  e intento por descubrir el gran enigma de su vida.

-         ¡Qué burra eres Josefina!- Le decía siempre su hermana  Eusebia,  pues  tras su reciente parto, acudía al puesto de frutas y verduras a ayudar a su hermana mayor.
-         ¡No podemos andarnos con remilgos Eusebia! – le decía Josefina,  que con su cara recién lavada y sonrosada por  el frío, acudía  fresca y lozana con su bebé en brazos. Lo dejaba en el capazo,  bien abrigado, eso sí, pero dispuesta a ayudar, a comerse y beberse el mundo  antes que quedarse en casa al abrigo y refugio de su nuevo y prematuro hogar.
-         ¡No están los tiempos para quedarse en casa a la “sopa boba”!-  replicaba Josefina.

A Josefina  le gustaba mucho  trabajar, pues desde niña vio a su madre vender frutas y hortalizas en su puesto del barrio del Pilar,  del Zaragoza de los años 20, y además ella, siendo casi una niña todavía,  comenzó a  envolver  caramelos en la  fábrica de dulces de la Viuda de Solano;  y,  aunque comía más caramelos de los  que envolvía, como  siempre contaría después a sus nietos, supo desde muy joven lo que era contribuir a la economía familiar, aunque como un juego lo tomara debido a su juventud.
Era conocida por su afición a cantar y bailar, transmitiendo su energía y su alegría al vecindario del barrio. Soñaba con imitar a las artistas de la época en las secuencias de las películas más conocidas y proyectadas del momento. Su favorita,  Dª Concha Piquer,  a la que imitaba casi a la perfección...

-¡Canta otra vez Josefina!- ¡ Baila, baila de nuevo! - Le decían con frecuencia cuando la veían pasar.
Esteban, un joven apuesto del barrio vecino, pronto la descubriría . ¿Sería muy joven  para él? se preguntaba mientras la observaba pasar,  pero a pesar de su juventud le encandilaba  con su garbo y  su porte, con su energía y vitalidad, con la  lozanía propia de las niñas que están a punto de empezar a conocer la vida.

Esteban y Josefina se conocieron, y  pronto ésta  pasó de jugar con las muñecas, cantar y bailar,  a jugar con su bebé. De cantar para sus amigos y vecinos, a cantar mientras intentaba dormir a su hija Ángela.
La familia  aumentó con la llegada de Esther,  aunque pronto  dejaron de disfrutarla debido a su prematuro fallecimiento,  con tan solo tres años de edad y  a consecuencia de una meningitis, Esther moría una noche del frío invierno en manos de su madre Josefina. De ella pocos recuerdos conservaría después su hermana Ángela, que recordaba aquellos momentos vagamente y como si de un turbio sueño se tratara.  Tan solo recordaba con claridad cuando Esther  jugaba  con sus trenzas, y tiraba de ellas con fuerza,  con sus dedos fuertemente  apretados y amarrados  a ellas y  con una sonrisa dibujada en su cara que mantenía  hasta escuchar las quejas y lloriqueos de Ángela.
 
Se fue una fría noche de invierno, en brazos de su madre, sin poder hacer ésta nada para salvarla.

Ángela quedó  con sus padres,   jóvenes,  inexpertos y marcados por la tragedia de la pérdida familiar.

Josefina había perdido a su hija pequeña,  y aunque quedaba su hija mayor con ella, la embargó una inmensa tristeza que canalizó  en la obsesión  de que  su hija Ángela  se hiciera fuerte para enfrentarse al mundo y poder  sobrevivir a cualquier obstáculo.
 
Mientras, su padre,  Esteban,  la mantenía como la niña de sus ojos, entablando con ella unos lazos que perdurarían siempre en la memoria de Ángela, que  nunca alcanzó  a comprender la impaciencia de su madre por verla  crecer,  tratándola como si fuera mayor de lo que en realidad era, con la obsesión de hacerse fuerte,  a prueba de cualquier obstáculo o dificultad.
El matrimonio reaccionó de forma diferente ante la trágica pérdida  y proyectó también de forma distinta su comportamiento y sus sentimientos  hacia  Ángela.

- ¡No tiene por qué vivir interna en el colegio- argumentaba pacientemente Esteban,  mientras  Josefina consideraba esa  una buena opción para Ángela.
-¡Es demasiado pequeña y frágil todavía para separarla de nosotros!
Josefina no consideraba ese argumento válido para  Ángela, que debía formarse y convertirse pronto en una ”mujer de bien”.
Así que,  con  siete  años,   Ángela comenzó a vivir interna en el Colegio de religiosas que estaba   situado en la calle San Vicente de Paúl, cerca del barrio del Coso del Zaragoza de los años 40. Su inmadurez no le dejaba pensar con claridad, y  no llegaba a comprender el por qué de su estancia allí, alejada de sus padres, de su casa  y de su hogar.
Fueron años duros y difíciles  que recordaría siempre  con mucha tristeza.
Sus años en el internado,  y educada por religiosas,  no fueron una experiencia demasiado grata,  pues era época de demasiada  rectitud y disciplina.
La  formación,  además de académica,  estaba enfocada a las labores, la costura y filigranas entre telas. Las niñas se formaban como “mujeres de bien” y salían con una escritura y lectura casi perfecta, con una formación  cultural básica,  que añadida  al bienhacer, la sensibilidad y perfeccionismo  de Ángela, hicieron de ella una niña bien formada, obediente, educada, callada, discreta y con un claro concepto de lo que debe ser y de lo que se debe hacer.




                                                                                           Con profundo amor  a mi madre...