FELIZ VUELTA AL TRABAJO A TODOS MIS COMPAÑEROS DOCENTES. DESPUÉS DE LA PAUSA DEL VERANO VUELVO A LA "CARGA" CON MIS RELATOS.
CAPÍTULO I . "DE LA INFANCIA Y LA NIÑEZ"
ZARAGOZA (Años 30)
¡ESPERO QUE OS GUSTE!
CAPÍTULO I . "DE LA INFANCIA Y LA NIÑEZ"
ZARAGOZA (Años 30)
Cuando Ángela
llegó a este mundo en el mes de Marzo,
soplaba el cierzo septentrional, quizá como fiel presagio de los aires
indómitos y difíciles que tendría que aprender a vivir.
En su ciudad natal,
el cierzo sopla árido y seco con frecuencia, incluso en vísperas de la
primavera, trayendo consigo aires de nostalgia y tristeza que calan
hasta los huesos.
Corrían tiempos
difíciles que fueron la antesala a la Guerra
Civil y que tanta crueldad traerían, dejando a la gente sin lágrimas, sin piedad,
sin rencor, sin odio, sin miedo, dejando
a la gente desecada y hueca.
Josefina maduró
pronto, como solía ocurrir en la mayoría
de las mujeres de la época, pues casaban y concebían precozmente. Casi adolescente y con Ángela ya en sus
brazos, se vio obligada a
sobrevivir en la España de revueltas, que dejaban adivinar la que se avecinaba.
Ángela era un sonrosado bebé de ojos vivarachos que dibujaban al mismo tiempo una expresión de dulzura e intento por descubrir el gran enigma de su
vida.
-
¡Qué burra eres Josefina!- Le decía siempre su
hermana Eusebia, pues
tras su reciente parto, acudía al puesto de frutas y verduras a ayudar a
su hermana mayor.
-
¡No podemos andarnos con remilgos Eusebia! – le decía
Josefina, que con su cara recién lavada
y sonrosada por el frío, acudía fresca y lozana con su bebé en brazos. Lo
dejaba en el capazo, bien abrigado, eso
sí, pero dispuesta a ayudar, a comerse y beberse el mundo antes que quedarse en casa al abrigo y
refugio de su nuevo y prematuro hogar.
-
¡No están los tiempos para quedarse en casa a la “sopa
boba”!- replicaba Josefina.
A Josefina le gustaba
mucho trabajar, pues desde niña vio a su
madre vender frutas y hortalizas en su puesto del barrio del Pilar, del Zaragoza de los años 20, y además ella, siendo casi una
niña todavía, comenzó a envolver
caramelos en la fábrica de dulces de la Viuda de Solano; y,
aunque comía más caramelos de los
que envolvía, como siempre contaría
después a sus nietos, supo desde muy joven lo que era contribuir a la economía
familiar, aunque como un juego lo tomara debido a su juventud.
Era conocida por su afición a cantar y bailar, transmitiendo
su energía y su alegría al vecindario del barrio. Soñaba con imitar a las
artistas de la época en las secuencias de las películas más conocidas y
proyectadas del momento. Su favorita, Dª
Concha Piquer, a la que imitaba casi a la perfección...
-¡Canta otra vez Josefina!- ¡ Baila, baila de nuevo! - Le decían
con frecuencia cuando la veían pasar.
Esteban, un joven apuesto del barrio vecino, pronto la
descubriría . ¿Sería muy joven para él?
se preguntaba mientras la observaba pasar,
pero a pesar de su juventud le encandilaba con su garbo y su porte, con su energía y vitalidad, con
la lozanía propia de las niñas que están
a punto de empezar a conocer la vida.
Esteban y Josefina se conocieron, y pronto ésta pasó de jugar con las muñecas, cantar y bailar, a jugar con su bebé. De cantar para sus amigos
y vecinos, a cantar mientras intentaba dormir a su hija Ángela.
La familia aumentó
con la llegada de Esther, aunque
pronto dejaron de disfrutarla debido a
su prematuro fallecimiento, con tan solo
tres años de edad y a consecuencia de
una meningitis, Esther moría una noche del frío invierno en manos de su madre
Josefina. De ella pocos recuerdos conservaría después su hermana Ángela, que
recordaba aquellos momentos vagamente y como si de un turbio sueño se
tratara. Tan solo recordaba con claridad
cuando Esther jugaba con sus trenzas, y tiraba de ellas con
fuerza, con sus dedos fuertemente apretados y amarrados a ellas y
con una sonrisa dibujada en su cara que mantenía hasta escuchar las quejas y lloriqueos de
Ángela.
Se fue una fría noche de invierno, en brazos de su madre,
sin poder hacer ésta nada para salvarla.
Ángela quedó con sus
padres, jóvenes, inexpertos y marcados por la tragedia de la
pérdida familiar.
Josefina había perdido a su hija pequeña, y aunque quedaba su hija mayor con ella, la
embargó una inmensa tristeza que canalizó
en la obsesión de que su hija Ángela se hiciera fuerte para enfrentarse al mundo y
poder sobrevivir a cualquier obstáculo.
Mientras, su padre,
Esteban, la mantenía como la niña
de sus ojos, entablando con ella unos lazos que perdurarían siempre en la
memoria de Ángela, que nunca
alcanzó a comprender la impaciencia de
su madre por verla crecer, tratándola como si fuera mayor de lo que en
realidad era, con la obsesión de hacerse fuerte, a prueba de cualquier obstáculo o dificultad.
El matrimonio reaccionó de forma diferente ante la trágica
pérdida y proyectó también de forma distinta su comportamiento y sus sentimientos hacia Ángela.
- ¡No tiene por qué vivir interna en el colegio- argumentaba
pacientemente Esteban, mientras Josefina consideraba esa una buena opción para Ángela.
-¡Es demasiado pequeña y frágil todavía para separarla de
nosotros!
Josefina no consideraba ese argumento válido para Ángela, que debía formarse y convertirse pronto
en una ”mujer de bien”.
Así que, con siete
años, Ángela comenzó a vivir
interna en el Colegio de religiosas que estaba
situado en la calle San Vicente de Paúl, cerca del barrio del Coso del
Zaragoza de los años 40. Su inmadurez no le dejaba pensar con claridad, y no llegaba a comprender el por qué de su
estancia allí, alejada de sus padres, de su casa y de su hogar.
Fueron años duros y difíciles que recordaría siempre con mucha tristeza.
Sus años en el internado, y educada por religiosas, no fueron una experiencia demasiado
grata, pues era época de demasiada rectitud y disciplina.
La formación, además de académica, estaba enfocada a las labores, la costura y
filigranas entre telas. Las niñas se formaban como “mujeres de bien” y salían
con una escritura y lectura casi perfecta, con una formación cultural básica, que añadida
al bienhacer, la sensibilidad y perfeccionismo de Ángela, hicieron de ella una niña bien
formada, obediente, educada, callada,
discreta y con un claro concepto de lo que debe ser y de lo que se debe hacer.
Con profundo amor a mi madre...
Con profundo amor a mi madre...