Anselmo se levantaba cada mañana pensando que ese sería el gran día.
Frente
al espejo se miraba y para despejarse mojaba su cara en agua fría
llevando a cabo todos los movimientos, ya automatizados, para no
descuidar su imagen, y que le preparaban para afrontar la gymcana
diaria.
Anselmo era profesor de universidad, profesión que
adoraba. La eligió por verdadera vocación, y la disfrutaba, ya que,
estar rodeado de jovenes entusiasmados por su futuro, y otros no tanto,
le transmitían una fuerza especial que compensaba sus, en ocasiones,
tensas o frustradas relaciones con los compañeros y compañeras de
trabajo, vecinos, amigos, conocidos....
Su vida social y familiar en cambio, no había sido elegida por verdadera vocación, no obstante era
apta de aprobación por parte de todos. Estaba casado y era padre de tres,
ya emancipados, hijos a los que había podido dar una educación como "dios manda" (y más aún los hijos de un profesional de la
educación), conforme a los cánones sociales dictan.
Su vida
familiar era igualmente muy respetada y respetable; gozaba de la aprobación de
todos. Su dulce esposa era siempre un gran apoyo para él, fiel
compañera y amiga, que se mantenía al margen de la vida profesional y
laboral de su esposo, una mujer que podría calificarse como la perfecta
desconocida, siempre en la sombra, que lo respetaba, y que
discretamente callaba y lo apoyaba...
Pero a pesar de tener todos
estos aspectos externos que dan la cara a la galería, a su favor,
Anselmo sentía una gran frustración interior, tan interior y tal
frustración, que le daba miedo siquiera pensar en ella. Tal vez el
miedo a enfrentarse a ese profundo y retorcido nudo que le estrangulaba
hasta las entrañas, fuera la fuente de sus frustradas relaciones con
compañeros y compañeras de trabajo, vecinos, amigos, conocidos....., la
gran traba que le impedía ser feliz.
Pero hoy no iba a ser como
los demás días, hoy se atrevería, hoy estaba dispuesto a, de una vez
por todas, y como si de su último día de vida se tratara,
expresarlo; a confesarlo de una forma valiente y sincera, sin
importarle nada más.
De vuelta a casa y frente a Sara, su dulce
esposa, creyó estar armado de todo el valor necesario para contarle su
más hondo secreto tan bien guardado durante toda una vida. Pensar en
la reacción que pudiera tener Sara, le desconcertaba, le frenaba, le
paralizaba.... le inutilizaba.
Anselmo la miró a los ojos, ella
adivinó en su mirada el anuncio de algo que les distanciaría, que les
alejaría hasta tal punto, que no se atrevió a sostener su mirada por
miedo a despertar de su dulce sueño. Anselmo sintió una vez más cómo se
desvanecía su intención, esa liberación que necesitaba sentir se alejaba
una vez más, se debilitaba, y otro día más su valor quedó reducido a
la más mínima expresión, en la que solo se atrevió a balbucear.....
"¡Qué hay, cariño!, la besó en la mejilla y añadió: -"Estoy
cansado...., muy cansado"-.
La imagen que ilustra el relato es muy significativa y reveladora: la máscara de él sujetada y apoyada en las manos de ella.... En realidad ninguno de los dos tiene la suficiente valentía como para enfrentarse a la verdad. Se han acostumbrado y acomodado a la máscara...
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